La adolescencia es un periodo de transición, es una continuidad en
el desarrollo personal del ser humano. Es un periodo normal de transición entre
edades donde confluye la estabilidad, la transformación y el cambio. La
estabilidad viene dada porque la personalidad que se sigue construyendo en esta
etapa se hace desde una historia previa y unos recursos que ya existen (por ej:
los niños que aprenden a actuar con iniciativa y autonomía en etapas anteriores
estarán mejor capacitados para realizar los ajustes correspondientes en la adolescencia).
Una auténtica transición a la vida adulta no se reduce solo a la
transformación del organismo infantil en un organismo adulto, tampoco consiste
en imitar el mundo externo de la vida adulta, ni siquiera basta con adquirir el
estatus social de adulto (los derechos y deberes correspondientes). Es algo
más, es además lograr la emancipación respecto de la familia de origen, aunque
el hecho de emanciparse de la tutela familiar no siempre significa ser
plenamente adulto.
Hay muchos jóvenes emancipados que no tienen bien definida todavía
su identidad personal: quien soy, quien quiero llegar a ser; ni tienen una
personalidad madura: carecen de estabilidad afectiva, poseen escasa tolerancia ante
las frustraciones normales de la vida, les cuesta mucho tomar una decisión, no
tienen capacidad de esfuerzo y sacrificio para lograr metas, etc. En estos
casos no han conseguido aún la adultez psicológica y social, en otras palabras,
no han acabado de madurar. A través del proceso de maduración el adolescente
“se hace mayor”, se capacita para ser autosuficiente y asumir las
responsabilidades propias de la vida adulta.
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